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viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Malos tiempos para la Monarquía? (Por Luis Arias Argüelles-Meres / Lne ).

«Y ahora que la República nos tenga, nos contenga y nos retenga y detenga, si es preciso para que se asegure el régimen del Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, con libertad absoluta. No tengo más que decir». (Unamuno).

Poco antes de que produjera el flujo informativo sobre las filantrópicas actividades del yerno del actual Jefe del Estado, una encuesta del CIS ponía de manifiesto que la institución monárquica no pasaba por su mejor momento en cuanto a popularidad. Por tanto, es de suponer que su desprestigio haya ido a más.

Hasta tal extremo es ello así que por parte de la opinión publicada más cortesana se pone de manifiesto por vez primera una cierta inquietud, si bien queda amortiguada ante la certeza de que no constatan la existencia de una figura pública capaz de encauzar ese descontento hacia el republicanismo y de erigirse en referencia para una ciudadanía que no sólo está sufriendo las consecuencias de la crisis, sino que además manifiesta su desapego hacia la política con intensidad creciente.

Con respecto al republicanismo, lo cierto es que no sólo hay una derecha monárquica, sino que el PSOE es a día de hoy un partido cortesano. De hecho, los dos partidos turnantes siempre se pusieron de acuerdo para frenar iniciativas parlamentarias encaminadas a la transparencia de los dineros públicos que recibe la Casa Real. Y en cuanto a IU, como tengo escrito muchas veces, hora va siendo ya de que defina su republicanismo, porque la tricolor y la hoz y el martillo son simbologías muy diferentes. Y, en todo caso, ninguna fuerza política con implantación parlamentaria parece dispuesta a abrir el debate sobre la forma de Gobierno, que no de Estado, es decir, sobre Monarquía o República.

Pero, más allá de todo esto, el mayor handicap que sufre a día de hoy el republicanismo no es la Monarquía, ni tampoco lo constituyen los machacones y contumaces mensajes que van en la línea del fracaso histórico de las dos repúblicas que hasta ahora hemos tenido. Cuando se habla de la poca duración de la Primera, soslayan aquel «Ministerio relámpago» en tiempos de Isabel II que tuvo 24 horas de vida. Cuando se habla del desenlace de la II República, no sólo obvian el momento histórico de España y Europa, sino también las guerras causadas por la dinastía borbónica desde Fernando VII hasta su bisnieto Alfonso XIII.

El principal problema que tiene ante sí el republicanismo consiste en la escasa, por no decir nula, fiabilidad que la mal llamada clase política tiene entre la ciudadanía. Estoy completamente persuadido de que, ante la hipótesis de una III República presidida por un Felipe González o por un Aznar, los entusiasmos republicanos que pueda haber se marchitan y se arrugan, se debilitan y se quedan exangües.

Y es que el republicanismo sólo tendría viabilidad desde un discurso de rechazo a la actual clase política, a esta suerte de «canovismo» en el que -mutatis mutandis- vino a dar la España actual. Le toca al PP administrar una victoria tan contundente como poco entusiasta. Le toca al PSOE reinventarse en su discurso, en sus propuestas y en sus dirigentes. Le toca a IU aclarar su republicanismo y, de paso, demostrar que no venden tan baratos al PSOE como vinieron haciendo donde se les dio la oportunidad, empezando por Asturias.

Les tocaría a los nacionalismos periféricos, especialmente a ERC (la del nacionalismo vasco es otra historia muy distinta sin arraigo republicano), apostar por un republicanismo que está en sus raíces históricas y del que parecen haberse olvidado hace mucho tiempo; pero tampoco están por esa labor y también demostraron cuando tocaron poder estar muy lejos de eso que genéricamente se denomina como «valores republicanos».

En cualquier caso, la Monarquía, a pesar de vivir en horas bajas, no tiene ante sí el peligro de ningún republicanismo incipiente en la medida en que todos los partidos que hasta ahora gobernaron se encargaron de convencer a los ciudadanos de que, salvo pequeños matices, «todos los políticos son iguales». Y este topicazo tan arraigado es el mayor enemigo del republicanismo español, cuya tradición está ahí, aunque desde el 82 a esta parte nadie haya demostrado voluntad hasta el momento de incorporarla a su discurso.

Sea como fuere, la vida pública se deterioró hasta el extremo de que la Monarquía no se ve forzada a convencer de sus supuestas ventajas, pues no se las tiene que ver con un republicanismo que rivalice con ella, un republicanismo que en un país tan cortesano como éste no sólo no tiene quien le escriba, sino que ni siquiera cuenta con figuras públicas que lo encaucen.

Cierto es que hasta ahora en España las dos repúblicas que hubo se proclamaron ante la sorpresa de todos, republicanos incluidos. Así las cosas, yo, si fuera monárquico, aunque sin dramatismos, me preocuparía.

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